"Un recuerdo hereditario"
- Lily Asmar
- Oct 6, 2023
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(El mundo desde la Luna)
Recuerdo la mañana en la que leí el concepto de “recuerdo hereditario”, no había leído mucho hasta entonces, pero supe reconocer que se trataba de la lectura de algo importante:
Los niños se asomaron con sus relatos fantásticos. Aureliano, que no tenía entonces más de cinco años, habría de recordarlo por el resto de su vida como lo vio aquella tarde, sentado contra la claridad metálica y reverberante de la ventana, alumbrado con su profunda voz de órgano los territorios más oscuros de la imaginación, mientras chirreaba por sus sienes la grasa derretida por el calor. José Arcadio, su hermano mayor, había de transmitir aquella imagen maravillosa, como un recuerdo hereditario, a toda su descendencia”.
(Cien años de soledad de Gabriel García Márquez)
El abuelo inculcó en todas nosotras esto de cultivar, cosechar y heredar recuerdos. Desde muy niñas nos contaba historias sobre su vida y en todas había alguna parte risible. Mis primeros recuerdos del abuelo siempre lo tienen rodeado, hablando y compartiendo la alegría de estar juntos.
El abuelo que en principio inspiraba respeto, era desde mis primeros recuerdos un hombre carismático y una persona cariñosa con los suyos. Alto y canoso, se distinguía en cualquier grupo. Buen bailarín y afín a los buenos chistes, no había quien resista su encanto. Todas lo teníamos en un lugar especial de nuestros corazones y él encontraba la forma de darnos un lugar especial a todas y cada una de nosotras en el suyo.
Un día, que debe haber sido uno del fin de semana, estábamos sentadas en las gradas que estaban justo debajo de la ventana de la cocina, bajo la sombra del árbol de cereza. Acabábamos de jugar algo y decidimos esperar el mediodía descansando. De pronto apareció el abuelo, ahora que lo pienso debió haber sido un viernes porque el abuelo estaba con terno... y tuvimos que haber estado de vacaciones porque de otra forma yo me habría perdido la sorpresa. Miró el árbol y todos los que lo rodeaban en el jardín, giró para hablarnos, introdujo una de sus manos en el bolsillo de su saco y nos dijo en voz de secreto: “miren lo que traje a casa”. Del bolsillo salió el Vistoso, un perro chapi que nos acompañó gran parte de la niñez. El abuelo nos contó entonces que la mamá de Vistoso no podía amamantar a todas sus crías y que Vistoso había cedido su turno a uno de sus hermanos. Nos explicó que por eso lo había elegido. El desprendimiento de Vistoso le ganó entrar en el corazón del abuelo y los privilegios que acompañaban este honor. Lo entrenó y sabía sentarse, pedir comida, hacerse al muerto y cruzar la avenida sólo cuando veía que las personas lo hacían.
Muchas veces, cuando estamos juntas, recontamos esa historia. Nuestros hijos seguro que pueden contar éste y otros recuerdos de haberlos escuchado tantas veces. De estas herencias se va tejiendo la familia y en cualquiera de nuestros almuerzos familiares los que ya no están aparecen desde las historias para mirar con nosotros, una vez más, los árboles del jardín.

Un perro parecido al Vistoso
© BAGG
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