La travesura
- Lily Asmar
- Feb 14
- 2 min read
(El mundo desde la Luna)
El abuelo era devoto de la travesura. La risa era una de sus estrategias para pasar por la vida con gracia. Disfrutaba de todo el espectro del humor: desde su afabilidad refinada, pasando por los juegos de lo cómico y la explosión del chiste, hasta la acritud de la ironía y la sátira. La diversión era parte intrínseca de estar vivo y la alegría de vivir era un principio. Quizá por eso era tan fiestero, para él siempre había ocasión para reunirse y todo era motivo de celebración.
La abuela que era quien tenía que poner en marcha esta maquinaria de festejos, contrariamente a lo que se podría esperar, era su más entusiasta seguidora. Es más, si el abuelo pensaba en invitar a 50 la abuela proponía 100. Esa mujer bajita y rellena era una fuerza de la naturaleza.
A todo esto, el abuelo no podía vivir de fiesta en fiesta, entonces ingeniaba diversas travesuras cotidianas para no ceder a la monotonía de los días. Su mejor invento fue buscarse un enemigo al alcance de todo su ingenio. El “señor S” tenía su casa al lado de la del abuelo y el abuelo no le perdonaba que fuera un tanto snob. Desde la perspectiva lúdica del abuelo, “S” debía pagar una “pequeña” cuota por mirarlo y en esto a toda la familia desde un peldaño un tanto superior. El abuelo era un hombre político que tenía la madurez para no actuar a este respecto, pero más pudo su carácter lúdico y decidió jugar con el vecino en lugar de obviarlo.
Convencidas, por el abuelo por supuesto, que el “señor S” votaba en contra de su partido político, lo cual era francamente imperdonable, nosotras hicimos una alianza cerrada con el abuelo y lo ayudábamos en todo para molestar al “señor S”. Jugábamos a gritos en el patio hasta altas horas de la noche, poníamos la radio a todo volumen a la hora de la siesta y globeávamos a las nietas del “señor S” en carnavales. Claro está que el “señor S” se quejaba con la abuela y si bien ésta nos regañaba un poco, el abuelo secretamente nos compensaba con helados.
El día que el “señor S” se salió con la suya y convenció a otros vecinos del barrio de la necesidad de asfaltar las calles, cosa a la que el abuelo se oponía pues le encantaban las calles empedradas, el abuelo nos pagó para que todos los domingos y por un mes anunciáramos a gritos la venta de periódicos a las cinco de la mañana en la calle que daba a la habitación del “señor S”. El abuelo también se despertaba, pero para disfrutar de la frustración del “enemigo”. Desde esta afrenta, cuando venían con cualquier consultar sobre la vecindad, el abuelo preguntaba: “¿qué ha respondido el señor S?” y de forma inmediata respondía lo contrario. Cómo se divertía…
Cuando el abuelo murió, el “señor S” se sentó cerca del cajón y lo vimos despedir con mucho afecto a quien probablemente le saco una que otra carcajada.
© BAGG

El tío Juan (compañero de juegos desde la infancia) y el abuelo. (Foto del archivo familiar).
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